
Esto es algo que me dejo pensando un rato, la verdad es que tengo una idea de DIOS personal, no sigo ninguna iglesia o algo por el estilo, en particular no me agradan, esto no me hace ateo o algo por el estilo, no me gustan las etiquetas. En fin, esto es lo que quiero compartir:
Si él no quería que eso sucediera, ¿Por qué dispuso que el árbol se alzara en medio del Jardín y no fuera de los muros del Paraíso? Si la designaran defensora de la pareja, Mari seguramente acusaría a Dios de «omisión administrativa», porque además de emplazar el árbol en un lugar incorrecto, no lo rodeó de advertencias ni barreras, dejando de adoptar los mínimos requisitos de seguridad, y exponiendo a todos los que pasaban por allí al peligro.
Mari también podría acusarlo de «inducción al delito», puesto que atrajo la atención de Adán y Eva hacia el lugar exacto donde se encontraba. Si no hubiese dicho nada, generaciones y generaciones pasarían por esta Tierra sin que nadie se interesara por el fruto prohibido, ya que debería estar en un bosque lleno de árboles semejantes, y por lo tanto, sin ostentar ningún valor en específico.
Pero Dios no había actuado así, Por el contrario, escribió la ley y encontró la manera de convencer a alguien para que la transgrediera, tan sólo para poder inventar el Castigo. Sabía que Adán y Eva acabarían aburridos de tanta perfección y, tarde o temprano, pondrían a prueba su paciencia. Y se quedó allí, esperando, porque tal vez también él -Dios Todopoderoso- se hallaba aburrido de que todo en la creación discurriera a la perfección; si Eva no hubiese comido la manzana, ¿qué es lo que hubiera sucedido de interesante en estos miles de millones de años?
Nada. Cuando la ley fue violada, Dios -el juez Todopoderoso- aún simuló una persecución, como si no conociese todos los escondrijos posibles que hubiese en el jardín. Con los ángeles mirando y divirtiéndose con la broma (la vida para ellos también debía ser muy tediosa desde que Lucifer dejara el Cielo), él empezó a caminar Mari imaginaba cómo de aquel episodio de
-¿Dónde estas?- había preguntado Dios.
-Oí vuestro paso en el jardín, tuve miedo y me escondí porque estoy desnudo- había respondido Adán sin saber que, a partir de esta afirmación, se convertía en reo confeso de un crimen. Listo. Mediante un simple truco, aparentando no saber dónde estaba Adán ni el motivo de su fuga, Dios había conseguido lo que deseaba. Aún así, para no dejar ninguna duda al público angelical que asistía atentamente al episodio, él había decidido ir más lejos.
-¿Cómo sabes que estás desnudo?- había interrogado Dios, sabiendo que esta pregunta sólo tenía una respuesta posible: « Porque comí del árbol que me permite entenderlo.» Con aquella pregunta, Dios demostró a sus ángeles que era justo y que estaba condenando a la pareja en base a todas las pruebas existentes. A partir de allí ya no importaba saber si la culpa era de la mujer, y las súplicas de perdón serían inútiles. Dios necesitaba un ejemplo para que ningún otro ser, terrestre o celeste, tuviese nunca más el atrevimiento de ir en contra de Sus decisiones.
Y así expulsó a la pareja, sus hijos terminaron pagando también por el delito (como sucede en la actualidad con los hijos de los criminales) y el sistema judicial había sido inventado: ley, trasgresión de la ley (lógica o absurda, no tenía importancia), juicio (donde el más experimentado vencía al ingenuo) y castigo. Como toda la humanidad había sido condenada sin derecho a recurrir la sentencia, los seres humanos decidieron crear mecanismos de defensa para la eventualidad de que Dios decidiera mostrar de nuevo Su poder arbitrario. Pero en el transcurso de los milenios de estudios, los hombres inventaron tanto recursos que terminaron exagerando el número, y ahora la justicia era una maraña de cláusulas, jurisprudencias y textos contradictorios que nadie conseguía entender cabalmente.
Tanto es así que cuando Dios decidió cambiar de idea y mandar a Su Hijo para salvar el mundo, ¿Qué sucedió? Cayó en las redes de la justicia que él había creado. La maraña de redes terminó generando tanta confusión que el Hijo acabó crucificado. No fue un proceso sencillo: Jesús pasó de Anás a Caifás, de los sacerdotes a Pilatos, quien adujo que no existían leyes suficientes según el Código romano. De Pilatos a Herodes, que, a su vez, alegó que el código judío no contemplaba la pena a muerte. De Herodes otra vez a Pilatos, que aún intentó una apelación ofreciendo un acuerdo jurídico al pueblo: azoto al acusado y mostró sus heridas, pero no sirvió de nada.
Como hacen los modernos promotores, Pilatos resolvió promoverse a costa del condenado: ofreció entonces un espectáculo donde era preciso un final apoteósico, con la muerte del reo. Finalmente, Pilatos usó el artículo que facultaba al juez –y no a quien estaba siendo juzgado- el beneficio de la duda: se lavó las manos, lo que quiere decir «ni sí, ni no». Era un artificio más para preservar el sistema jurídico romano sin dañar las buenas relaciones con los magistrados locales; permitía, además, que el peso de la decisión fuese transferido al pueblo en el caso de que aquella sentencia acabara creando problemas tales como la venida de algún inspector de la capital del Imperio para verificar personalmente lo que sucedía.